Marie Carmen, una veterinaria diagnosticada a los 25 años
Marie Carmen recuerda que, de pequeña, no le gustaba que la abrazaran, sobre todo si la persona que iba a hacerlo estaba maquillada; que solo su papá podía cortarle el cabello y que muchos la veían como una niña “berrinchuda”.

Cecilia Fonseca S.
ceciliafonseca@autismopanama.com
Marie Carmen Franco tiene 28 años, trabaja como veterinaria y es autista.
Esta profesional creció sintiéndose más que nada como una persona introvertida, aunque era capaz de tener amistades y disfrutar el tiempo que pasaba con su familia. Sin embargo, reconoce que también se sentía a gusto con la soledad.
El sentir que no sabía quién era, y pasar por estados de depresión y ansiedad que afectaban su desempeño y calidad de vida la llevaron a buscar respuestas y en ese caminar, y tratarse con Psicología, fue dándose cuenta de que había algo más. Cuando tenía 25 años, una psiquiatra especialista en autismo y neurodesarrollo le dio la noticia: está dentro del espectro autista.
Todo comenzó con el diagnóstico de ansiedad y depresión, por los cuales comenzó a tratarse con una psicóloga, luego fue remitida a una terapeuta para atender otro tipo de traumas. Entre risas comenta que en medio de su atención con la psicóloga comenzaron a salirle en TikTok videos relativos al TDA y aunque al principio los desechaba, llegó el momento en que decidió verlos y le comentó a la psicóloga sobre la posibilidad de que ella tuviera esa condición.
Para su sorpresa, la psicóloga le dijo que, desde que la conoció, se había dado cuenta que encajaba en ese diagnóstico pero que no se lo había dicho por temor a que la noticia le causara un shock. Marie Carmen le contestó que necesitaba saber y que creía que eso la ayudaría porque ella no sabía quién era.
La psicóloga que en ese momento la atendía le aplicó un test y le dijo que debía buscar a una especialista. Investigó y así llegó hasta la psquiatra que la diagnosticó.
Marie Carmen recuerda que, de pequeña, no le gustaba que la abrazaran, sobre todo si la persona que iba a hacerlo estaba maquillada —tenía puesto lipstick, por ejemplo—; que solo su papá podía cortarle el cabello, que era todo un drama bañarse y que muchos la veían como una niña “berrinchuda”.
Sin embargo, es una de esos autistas que no tuvo comorbilidades que afectaran su inclusión escolar: tiene un coeficiente normal, ve, escucha y habla, sus deficiencias sensoriales no fueron incapacitantes y sus necesidades socioecomocionales y psicológicas más apremiantes se presentaron en un momento en el que estuvo en capacidad para atenderlas, con el apoyo de su familia.
Siente que fue parte de una generación nice, ya que a pesar de que sus compañeros de secundaria le jugaban muchas bromas que, en la mayoría de los casos, ella no entendía, sabía que la apreciaban y que todo lo que hacían esa solo parte de un juego propio de la edad.
En esa época también tuvo dos novios. Las relaciones fueron muy cortas pero asegura que sus rupturas no tuvieron que ver con su autismo, que fueron aprendizajes de vida.
El testimonio de Marie Carmen da fe de la importancia de atender y dar seguimiento psicológico/psiquiátrico y emocional a las personas que tienen esta condición, ya que aunque no tengan discapacidades u otras condiciones asociadas, ese aspecto del trastorno siempre será una limitante para su inserción en la sociedad, para su vida independiente y para su felicidad.
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